El Walkman

Había un objeto que lo cambió todo en mi adolescencia: mi Walkman. Pequeño, ligero, con sus auriculares de esponja naranja que se colaban por debajo de la melena de instituto. Era más que un aparato, era mi refugio portátil.

El Walkman: mi puerta a Nirvana

Había un objeto que lo cambió todo en mi adolescencia: mi Walkman.
Pequeño, ligero, con sus auriculares de esponja naranja que se colaban por debajo de la melena de instituto. Era más que un aparato, era mi refugio portátil.

Recuerdo que lo usaba para escuchar Nirvana sin parar. No era solo música: era la sensación de estar descubriendo un mundo distinto, mi propio mundo, mientras caminaba por la calle o me encerraba en mi habitación. El Walkman fue mi cápsula de aislamiento y, a la vez, mi manera de pertenecer a algo mayor: a una generación que aprendía a llevar la música encima, como si fuese un órgano más.

📻 Un poco de historia

El Sony Walkman TPS-L2 salió en 1979, en pleno auge de la cinta de cassette. Costaba 150 dólares y fue un éxito instantáneo: se vendieron más de 200 millones de unidades en las siguientes décadas.
Lo revolucionario no era solo el tamaño, sino el concepto: la música se volvió portátil y privada. Antes escuchabas lo que ponía la radio o lo que alguien pinchaba en casa; con el Walkman, escuchabas lo tuyo, donde quisieras, cuando quisieras.

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